Columna escrita por el profesor de historia Calvo Rubén

A fines de 1834 el Brigadier General Juan Facundo Quiroga había viajado al norte para evitar un potencial conflicto armado entre Tucumán y Salta, una nueva pugna por poder en el Norte de la Confederación Argentina, esta vez entre dos gobernadores de tinte federal: el de Salta, Pablo de la Torre, y el de Tucumán, Alejandro Heredia. Facundo Quiroga, en ese momento, tenía gran influencia política en las provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja y Cuyo, por lo que el 16 de diciembre Facundo Quiroga era nombrado representante del gobernador de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza, con el consentimiento de Juan Manuel de Rosas, se lo consideraba el único que podía poner paños fríos entre salteños y tucumanos.

Durante el viaje Facundo recibe la noticia que Pablo Latorre, el gobernador de Salta era detenido y asesinado en su celda. Ya en Santiago del Estero y en casa de Felipe Ibarra, este gobernador le hace saber  los rumores  sobre la intención de los hermanos Reinafè de interceptarlo para asesinarlo, Ibarra le ofrece una escolta, pero Quiroga confiado en sí mismo responde rápidamente: “No ha nacido el hombre capaz de matarme, amigo”. “Con un grito mío, toda esa partida se pondrá a mis órdenes”(Patricia, 2010). El Tigre de los Llanos se sabía temido y respetado, su palabra fuerte y su  mirada intensa muchas veces había bastado y hacían que pocos se animaran a siquiera contradecirlo.

Desde la posta Ojo de Agua el 16 de febrero, Facundo salió acompañado por su secretario y amigo, José Santos Ortiz, otros seis hombres y José Luis, un chico de 12 años que cuidaba a los animales de la comitiva y ayudaba con el equipaje. Cuando pasaron por Barranca Yaco, una especie de codo que ofrecía el camino real, parada obligatoria para seguir el paso, saltaron sobre la comitiva 32 hombres que esperaban agazapados en el monte. Facundo sintió el griterío, los disparos… asomó el cuerpo de su galera para hacerse oír: “¿Qué significa esto?¡Quién manda esta partida!”(Patricia, 2010) , es en este momento y cobardemente que Santos Pérez, el capitán de milicia enviado por los hermanos Reinafé, le dio un disparo en el ojo, sin siquiera dejarle saber quién lo mataba. Santos Pérez subió al carruaje para degollar a Ortiz, mientras sus hombres asesinaban a toda la comitiva del Brig. Gral. Juan Facundo Quiroga.

En un lugar desolado del Camino Real, Treinta y dos hombre contra ocho, entre ellos un niño de 12 años miraba aterrado talescena de saña y cobardía, es entonces y con la orden de no dejar testigos, Santos Pérez llevó al chico al costado del camino y le cortó el cuello. Luego, para que todos sospecharan que esto era obra de asaltantes ocasionales y no un crimen político, los asesinos despojaron los cuerpos, los tiraron al monte y saquearon el carruaje: nadie tenía que saber que José Vicente Reinafé, gobernador de Córdoba, había contratado al capitán Santos Pérez y sus 32 milicianos para asesinar a uno de los jefes políticos más importantes de la Confederación.

La noticia del crimen pronto llegó a la Posta de Sinsacate.El Maestro de Postas Pedro Figueroa y otros, buscaron el carruaje y los cuerpos para darles un breve descanso en la capilla de la Posta de Sinsacate, antes de llevarlos a Córdoba.

El crimen desencadenó un cambio político total: para el siete de marzo los legisladores porteños estaban convencido que antes los hechos se necesitaba de un gobierno fuerte, de mano dura. Es entonces que la legislatura porteña desplaza a Maza y nombra a Rosas  como gobernador de Buenos Aires con la suma del poder público.Rosas muestra intenciones de  resolver el crimen de Facundo con todo el peso de la ley: los hermanos Reinafé, el capitán Santos Pérez y toda su milicia fueron perseguidos, detenidos, juzgados y sentenciados a muerte, fusilándolos dos años más tarde en las actuales Plaza de Mayo y Plaza San Martín.

A 186 años del crimen aún no se ha podido comprobar, certeramente, quién mandó matar a Quiroga. La culpabilidad de los Reinafé estuvo probada y demostrada, pero siempre se sospechó que detrás del crimen hubo alguien más. Las acusaciones apuntan al mismo Rosas, a Estanislao López y a los unitarios exiliados en Montevideo, pero ninguna de ellas es contundente.Lo cierto es que los Reinafé, ni ante los jueces ni ante la horca, acusaron a Rosas ni a López. Sólo se inculparon entre ellos mismos.


Bibliografía

Cobos Daract J: Historia Argentina Tomo II, Edit.Crespillo.Bs As.

Schàvelzon Daniel.Frazzì Patricia  2010: Las muertes de un caudillo- Edit. Olmos Ediciones

Luna Félix: Los Caudillos 1966.Edit.Jorge Álvarez, Buenos Aires.

Bazán Armando:Historia de La Rioja ,1992 Edit.-Plus Ultra

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